El jardín y las artes

El jardín y las artes
Michael Jakob
Traducción del francés de María Condor
Siruela, 2018



Michael Jakob propone en este libro una breve reflexión sobre el interés que el jardín suscita en el arte y cómo ha sido recogido y mostrado por éste. Hay que entenderlo como una colección de apuntes sobre diferentes obras que lo incluyen como motivación o argumento y que se han enfrentado a su representación; el tratamiento es ligero, de sugerencia de ideas ―fogonazos que buscan un enfoque nuevo y pretenden ofrecer una lectura complementaria de las obras―, antes que el estudio sistemático y exhaustivo propio de una historia de la representación del jardín. La edición es rica en ilustraciones, que apoyan la lectura y sirven como un contrapunto visual muy pertinente al argumento del ensayo.

Todo jardín es, desde las tradiciones más variadas y a lo largo de los siglos, una evocación del paraíso. Su imagen en las artes supone por tanto una paradoja, la representación de la representación (“el arte de los jardines reduplica la copia que son las representaciones” Philippe Nys), equivale a traducir una forma artística en otra, aún cuando se imponga la certeza de la imposibilidad de la tarea: se trata de un territorio ilimitado que exige una serie interminable de capturas, ningún intento puede contener la totalidad, toda tentativa queda frustrada pues niega la complejidad visual y espacial, que es un elemento fundamental para el conocimiento del jardín; por no mencionar que el modelo original, el paraíso, es la esfera inaccesible, el lugar fuera de la representación por excelencia.

Pese a ello, el jardín ha permanecido como motivo de atención para el arte y, en algunas tradiciones, con gran prestigio: En China, su recreación prevalece desde siempre sobre el jardín real, cautivo de las vicisitudes del tiempo. Su registro es más importante que la efímera presencia y es sólo en tanto que representación que sobrevive verdaderamente.

El autor consigue armar un ensayo ameno, tal vez anecdótico, pero de gran interés gracias a su lectura curiosa y culta de diversos episodios, serpenteando entre la pintura (Klee, Monet, etc.), la fotografía (Atget, Strand, etc.) y el cine (Metrópolis, Marienbad, Blow up, etc.) desde el singular enfoque del jardín, para ofrecer aproximaciones menos ortodoxas pero igualmente pertinentes. Sorprende la falta de un capítulo que trate el acercamiento desde la literatura ―tan sólo se mencionan, de pasada, unas pocas obras―, una disciplina que lo ha recogido en extenso.

Porque en definitiva se trata de hablar de y sobre jardines de una manera menos académica y más casual, recurriendo al terreno compartido de populares obras de arte, pero también a una mirada más personal o íntima como en el último capítulo, donde el autor ofrece su experiencia de Lunuganga, el jardín del arquitecto Geoffrey Bawa en Bentota, al sur de Sri Lanka. Entre la lista de obras sugeridas y tratadas en el texto, cito dos: Prospect Cottage, el jardín de Derek Jarman en Dungeness y Little Sparta en el sur de Escocia, de Ian Hamilton Finlay, ejemplos formidables y personalísimos que son para mí los dos grandes descubrimientos del libro.

Las memorias de mis proyectos

Las memorias de mis proyectos
Aldo Rossi
Alberto Ferlenga (ed.)
Traducción del italiano de Moisés Puente
Puente editores, 2024



Acercarse a Aldo Rossi hoy, desde una lectura más objetiva y desapasionada de lo que, creo, era posible en los años 90, nos revela al intelectual enorme que fue y que aquellas fobias (y filias) enturbiaron. La percepción de su figura por los que entonces nos iniciábamos en la arquitectura quedó contaminada por el veneno con el que nos lo servían, al menos en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Por fortuna, no irremediablemente: quien lea estos textos, las memorias de sus proyectos, no puede dejar de admirarse por su inteligencia, sensibilidad y cultura.

Puente editores trae a España el libro I miei progetti raccontati (Alberto Ferlenga ed., Electa, 2021) con unos textos que el propio Ferlenga ya había anticipado parcialmente en su edición de las obras completas de Rossi, si bien no llegaban entonces a alcanzar la potencia que despliegan en este volumen, pues allí se los alineaba en el banquillo, como mero acompañamiento del protagonismo gráfico de los proyectos, mientras que para AR en absoluto tienen las memorias tal rango subsidiario, más bien al contrario representan "la expresión más completa de mi investigación" según dejó anotado. En el libro se acompañan estos proyectos relatados, muy oportunamente, con los sugestivos dibujos, collages y fantasías con los que Rossi poblaba su personal universo.

Este libro certifica la singular condición de Rossi como humanista; pocos arquitectos hay así. Profundamente comprometido con la cultura y la historia, cimentando su trabajo sobre lecturas, viajes, recuerdos, inspirado por el arte, las costumbres y la cultura popular, o el rito compartido. También los motivos y referencias íntimas que lo hechizan ―el faro, el teatro, el cementerio, la plaza, etc.― parten de la misma inquietud intelectual con la que enfrenta la disciplina, sin separarla del mundo ni de la vida, "sólo un lector distraído puede ignorar las sutiles relaciones que vinculan la obra de arte con la vida que rodea al artista y con el mundo físico que rodea la obra misma. Un edificio no puede surgir del vacío o, al menos, es tanto más rico cuanto más está rodeado de vida cotidiana, inmerso en la cálida vida de la que hablaba el poeta".

Los sintéticos fragmentos brillan al convocar el vínculo entre la arquitectura y la cultura, las tradiciones, las vivencias, el mito; un enfoque del todo común ―e irrenunciable― en otras disciplinas humanísticas (y no sólo), pero que en arquitectura resulta insólito. También lo hacen por su forma: ya quedó patente en su excepcional Autobiografía científica (1981) que a Rossi lo asiste el talento literario y se muestra sensible a su lírica. La calidad de sus textos es muy superior a lo habitual en los escritos de arquitectura, por lo general calamitosa, y tal vez por ello destaquen todavía más sus palabras tan personales y desacomplejadas, que huyen del viciado enfoque disciplinar y el manierismo de su argot, y cuidan el lenguaje con una articulación sencilla pero evocadora. Apasionada.

Yo aquí no veo doctrinas, estilos ni ideologías, sino una actitud o, mejor aún, una predisposición a afrontar los retos culturales desde la ambición intelectual, la sensibilidad artística y el compromiso cívico. Lo dejó escrito el propio Rossi: "el fenómeno de la transmisión del pensamiento, de lo que llamamos experiencia, del propio mundo de las formas, no está ligado a un programa o a una moda, y quizás menos aún a una escuela".